jueves, 13 de marzo de 2008

El arte callejero llega a la ciudad teatro.

Ha parado de llover. El pavimento aún húmedo, refleja las luces de la avenida, de los automóviles y de los semáforos. De pronto, una figura humana surge del separador con un bastón en cuyos extremos arden bolas de estopa impregnadas de combustible, el mismo que puesto en las busetas contamina la ciudad, pero que aquí, en este punto, alimenta una ilusión. El malabarista, se inclina antes es público fugaz y anónimo que se resguarda detrás de las ventanas de sus carros, y que a esa hora se dirige hacia sus casas o a quien sabe donde, con la intención de recibir de estos unas cuantas monedas. Hay malabares, el fuego forma figuras surrealistas y de la boca del malabarista sale en repetidas ocasiones enormes llamaradas. El show termina y este personaje, con los ojos enrojecidos por el esfuerzo y el efecto del combustible en el organismo toca las ventanas de los autos pidiendo alguna retribución, que, muchas veces, no llega por la prisa o la indiferencia de los pasajeros.

Este improvisado artista que ha colonizado este semáforo, por primera vez en la historia, tendrá la oportunidad de lucirse en Coorferias, la ciudad teatro que se instaló en el marco del la versión número once del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Y es que en un acto de grandeza, la producción del festival ha permitido que los artistas callejeros, como mimos, zanqueros, estatuas humanas, monocicleteros, bailarines, malabaristas y hasta tragafuegos, como aquel de esta historia urbana, participen en este, sumándose a la actividad de más de quince colectivos teatrales, entre los que se destacan, Capoeira Nago, Guagua Circo, Circo Teatro, Asociación Salta Charcos, Unión temporal de actores, quienes junto con culebreros, faquires y otros artistas callejeros, tienen unos espacios denominados callejones y semáforos en hora buena cedidos por el festival.

El arte es una actividad que no conoce estratos. A pesar de que las tablas de un teatro no sean precisamente el escenario donde miles de artistas de la ciudad presentan sus obras, es importante que se reconozca el valor artístico de las mismas, y que se incluyan en el festival que actualmente se considera el más importante del país y uno de los más importantes del mundo. Es excelente no sólo para los que vemos el arte como espectadores, sino para aquellos que por primera vez en la historia, podrán demostrar su talento ya no ante un público anónimo y con la intención de recibir unas monedas como pago, sino de exhibir con orgullo lo que hacen para ganarse la vida.

En plena crisis del 99, el reconocido economista Rudolf Hommes afirmó sarcásticamente en la radio que teniendo en cuenta que las cifras del DANE señalaban que en un semáforo en Bogotá se encuentran al menos 25 personas ocupadas, se deberían instalar mil semáforos más para generar 25.000 nuevos puestos de trabajo. La cosa evidentemente no puede ser así. Sobra decir, que la idea ridícula del señor Hommes está absolutamente fuera de lugar. Las alternativas son otras. Y la de abrir las puertas del corazón del festival es una buena entrada para cerca de artistas callejeros. Que según cifras presentadas por el Festival son cerca de 180.

Según Ramiro Osorio, ministro de Cultura, al presentar la sexta versión del Festival, en 1998 “La repercusión del Iberoamericano al interior del movimiento teatral colombiano ha sido definitiva, pues ha propiciado el conocimiento de las diversas tendencias del teatro universal, de sus máximos creadores, de sus compañías emblemáticas y ha estimulado la creación artística nacional con visiones más amplias, con metodologías renovadoras y con nuevos lenguajes”. Hoy 10 años después podemos reafirmar las palabras de Osorio.

No hay comentarios: